y es que mi alma es negra, y sólo quiere oscuridad al rededor,
pero a veces me haces tan bien, aunque también mal.
Soy tan egoísta, ya no me quiero alejar. ¿o sí?
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Acá se come lo que hay y se disfruta. Se trabaja por sobrevivir, se ayuda a los amigos, se seduce por deporte y por diversión. Acá el respeto es ley y a los dramas le damos vuelta la cara. Acá las expectativas están lejos, fuera del alcance de la vista. Acá se impone lo real, se le pone el pecho. Acá apretamos los dientes si hay que apretar. Acá no nos olvidamos de que el mundo gira sin parar, acá giramos sabiendo que tarde o temprano el final va a llegar. Te doy la mano, aunque sé que las cosas pasan y cambian rápido. Te deseo lo mejor y estoy de tu lado, más allá del devenir. Tu suerte no la conozco, a la mía le tengo desconfianza. Sé que no soy viejo, pero ya tengo mis mañas y mis vicios.
Estoy agradecido con cada amor que llegó hasta mí. Sin ellos yo no sería más que otro idiota aferrado a dudas sin sentido, a viejos rencores, y lo que es peor, a celos que sólo carcomen la mente hasta el subconsciente. Resulta que estoy dispuesto a amar hasta arder, estoy dispuesto a morir amando, y me dejo amar. Por eso estoy agradecido. Ni hablar de los placeres, de la pasión, que son la causa de que si tuviese que vivir todo, una, dos, mil veces más, no me sentiría maldito, sino todo lo contrario.
Afuera se siente el latido de la desesperación. Adentro, cuando pierdo el control, también. Ola de pensamientos intrusivos, ramas secas tiradas en la hoguera, alimento de la ansiedad. La bronca y la impotencia se mastican. A mí el tiempo me enseñó que no son un buen placebo. Entiendo que el amor es un acto, un verbo, quizás hasta sea el remedio tan esperado. Entre todo lo indecible y caótico hay algunas certezas, como que me sigue calmando el jazz en piano y que te quiero seguir mirando de cerca.
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