La templanza y la capacidad de contemplación son hoy mis mejores aliadas, porque me hubiese arrancado los pelos de la cabeza, hubiese hervido de nervios, hubiese caído lentamente, día a día, en la desesperación. Quizás mal parado, quizás condenado, como sea, la templanza y la contemplación no me deben faltar.
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Uno se siente fuerte. Puede jugar a ser un espectador casi aleatorio de la realidad, y bajo esa máscara creer que puede soportar lo que sea que traiga el destino. O puede atarse a la idea del eterno retorno, y tan fielmente como pueda impregnar cada instante de vitalidad, fortaleza, decisión, goce. Pero hay momentos en los que todo se ablanda, es en esa vulnerabilidad donde no me tengo que perder de vista. Es sabiéndome vulnerable que me hago fuerte y le quito amargura a la realidad amarga, amarga, injusta y triste.