Cuando alguien muestra algo que no es, se nota. Nuestra especie no tiene la capacidad innata de camuflarse. Sí construimos nuestra conciencia, experiencia tras experiencia, sensación tras sensación.
Por ello considero el mentir, el ocultar, el querer ser lo que no se es, como el flagelo más grande que uno puede infligirse. Querer alcanzar lo que no se es mediante la actuación, en lugar de cambiar nuestras acciones, eso sí que es absurdo, es transformar la realidad en una ficción.
Lo peor de todo esto es que se nota. Quien cae en tal flagelación queda expuesto y asquea. Sí, hay personas que asquean. En segundo lugar están los que necesitan reconocimiento constantemente. Quienes remarcan su carácter, como si necesitasen recordarle al otro lo que son y lo que hicieron.
Vorágine, calvario.
Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
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