Cuando pensás que nada puede estar peor (o mejor) va y se muere tu viejo, o tu perro, o tu gato.
O tu amor ya no te ama. O tu amor te manipula. O eso que pensás que es amor no es más que pena, autoengaño, obsesión. O es amor que no se entiende con la forma de amar del otro.
O se te inunda el pecho de lamentos por lo que no fue. La cabeza te rebalsa de cosas que no hiciste y ahora ya no podes o nunca pudiste. De repente ya no mirás para arriba, sino que cada vez más abajo, y para dentro te da miedo.
Ahora tu piel es extraña, el mundo más gris, la mayoría más pobre.
Disfrutá lo que te toca, la suerte cambia y el cielo ennegrece. A la vuelta de la esquina te podes caer o encontrar la forma de elevarte como nunca antes pero para atrás no podemos ir.
Para atrás no podemos ir.
Afuera se siente el latido de la desesperación. Adentro, cuando pierdo el control, también. Ola de pensamientos intrusivos, ramas secas tiradas en la hoguera, alimento de la ansiedad. La bronca y la impotencia se mastican. A mí el tiempo me enseñó que no son un buen placebo. Entiendo que el amor es un acto, un verbo, quizás hasta sea el remedio tan esperado. Entre todo lo indecible y caótico hay algunas certezas, como que me sigue calmando el jazz en piano y que te quiero seguir mirando de cerca.
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