Cuando pensás que nada puede estar peor (o mejor) va y se muere tu viejo, o tu perro, o tu gato.
O tu amor ya no te ama. O tu amor te manipula. O eso que pensás que es amor no es más que pena, autoengaño, obsesión. O es amor que no se entiende con la forma de amar del otro.
O se te inunda el pecho de lamentos por lo que no fue. La cabeza te rebalsa de cosas que no hiciste y ahora ya no podes o nunca pudiste. De repente ya no mirás para arriba, sino que cada vez más abajo, y para dentro te da miedo.
Ahora tu piel es extraña, el mundo más gris, la mayoría más pobre.
Disfrutá lo que te toca, la suerte cambia y el cielo ennegrece. A la vuelta de la esquina te podes caer o encontrar la forma de elevarte como nunca antes pero para atrás no podemos ir.
Para atrás no podemos ir.
Vorágine, calvario.
Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
Comentarios
Publicar un comentario