Un intruso dentro que juega a ser yo ¿o yo, entre las sombras, me escondo de mí y mis pensamientos? Otra vez vuelvo a lo mismo: el miedo a que no haya nada que descubrir.
Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
Lo que no se dice, duele. Lo que nunca se va a poder decir, además, arde. Quema, como el frío más hostil. No quiere, ni deja querer, porque sangra. Aunque me disperse, y la rueda de la fortuna gire, -Su naturaleza es cambiar, como la del tiempo es pasar- saberme afortunado, si lo creo, si mis ojos ven el pedazo de cielo que tengo enfrente, la magia y el hogar.
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