Afuera se siente el latido de la desesperación. Adentro, cuando pierdo el control, también. Ola de pensamientos intrusivos, ramas secas tiradas en la hoguera, alimento de la ansiedad. La bronca y la impotencia se mastican. A mí el tiempo me enseñó que no son un buen placebo. Entiendo que el amor es un acto, un verbo, quizás hasta sea el remedio tan esperado. Entre todo lo indecible y caótico hay algunas certezas, como que me sigue calmando el jazz en piano y que te quiero seguir mirando de cerca.
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Vorágine, calvario.
Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
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