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La templanza y la capacidad de contemplación son hoy mis mejores aliadas, porque me hubiese arrancado los pelos de la cabeza, hubiese hervido de nervios, hubiese caído lentamente, día a día, en la desesperación. Quizás mal parado, quizás condenado, como sea, la templanza y la contemplación no me deben faltar. 
 Uno se siente fuerte. Puede jugar a ser un espectador casi aleatorio de la realidad, y bajo esa máscara creer  que puede soportar lo que sea que traiga el destino. O puede atarse a la idea del eterno retorno, y tan fielmente como pueda impregnar cada instante de vitalidad, fortaleza, decisión, goce. Pero hay momentos en los que todo se ablanda, es en esa vulnerabilidad donde no me tengo que perder de vista. Es sabiéndome vulnerable que me hago fuerte y le quito amargura a la realidad amarga, amarga, injusta y triste.
La abundancia es que me quieran mis amigos, disfrutar de mi familia, despertarme al lado de quien amo, que mi viejo siga apareciendo en mis sueños.  La abundancia es quererse a uno mismo, poder contemplar lo hermoso que nos rodea. No creo que la abundancia tenga que ver con el dinero.
De la poesía no me puedo escapar. Si corro, va a mi lado, como mi sombra. Si hay oscuridad, está en todas partes. Si hay oscuridad se vuelve omnipresente, como la voz de las novelas que leo.  Pero a mí me persigue la poesía. Ella todo lo sabe, todo lo escucha, le da forma y vida a la ensoñación. Me ayuda a salir de la amargura, como un lindo paisaje, el que más te guste. Embellece mi rutina, mi día a día, como el amor.
Afuera se siente el latido de la desesperación. Adentro, cuando pierdo el control, también. Ola de pensamientos intrusivos,  ramas secas tiradas en la hoguera, alimento de la ansiedad. La bronca y la impotencia se mastican. A mí el tiempo me enseñó que no son un buen placebo. Entiendo que el amor es un acto, un verbo, quizás hasta sea el remedio tan esperado. Entre todo lo indecible y caótico hay algunas certezas, como que me sigue calmando el jazz en piano y que te quiero seguir mirando de cerca. 
Acá se come lo que hay y se disfruta. Se trabaja por sobrevivir, se ayuda a los amigos, se seduce por deporte y por diversión.  Acá el respeto es ley y a los dramas le damos vuelta la cara. Acá las expectativas están lejos, fuera del alcance de la vista. Acá se impone lo real, se le pone el pecho. Acá apretamos los dientes si hay que apretar. Acá no nos olvidamos de que el mundo gira sin parar, acá giramos sabiendo que tarde o temprano el final va a llegar.  Te doy la mano, aunque sé que las cosas pasan y cambian rápido. Te deseo lo mejor y estoy de tu lado, más allá del devenir.  Tu suerte no la conozco, a la mía le tengo desconfianza. Sé que no soy viejo,  pero ya tengo mis mañas y mis vicios.