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Fragmentos.

Lo que no se dice, duele. Lo que nunca se va a poder decir, además, arde.  Quema, como el frío más hostil. No quiere, ni deja querer, porque sangra.  Aunque me disperse, y la rueda de la fortuna gire, -Su naturaleza es cambiar, como la del tiempo es pasar- saberme afortunado, si lo creo, si mis ojos ven el pedazo de cielo que tengo enfrente, la magia y el hogar.  
Me asquea la gente que toma el papel de víctima. No es algo que quiera para mí, ni para los que quiero. Esa actitud sólo trae pesadumbre y rencor. Si dentro del gran abanico de posibilidades elegís la pena y la mentira tu respiración puede ser desperdicio de aire.

Vorágine, calvario.

 Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
Que mis pensamientos no me quiten la calma. Saber que mi respiración es guía. Mi cuerpo, mi lugar. Mi casa, paz.  Mis amigos, la compañía. 
La templanza y la capacidad de contemplación son hoy mis mejores aliadas, porque me hubiese arrancado los pelos de la cabeza, hubiese hervido de nervios, hubiese caído lentamente, día a día, en la desesperación. Quizás mal parado, quizás condenado, como sea, la templanza y la contemplación no me deben faltar. 
 Uno se siente fuerte. Puede jugar a ser un espectador casi aleatorio de la realidad, y bajo esa máscara creer  que puede soportar lo que sea que traiga el destino. O puede atarse a la idea del eterno retorno, y tan fielmente como pueda impregnar cada instante de vitalidad, fortaleza, decisión, goce. Pero hay momentos en los que todo se ablanda, es en esa vulnerabilidad donde no me tengo que perder de vista. Es sabiéndome vulnerable que me hago fuerte y le quito amargura a la realidad amarga, amarga, injusta y triste.
La abundancia es que me quieran mis amigos, disfrutar de mi familia, despertarme al lado de quien amo, que mi viejo siga apareciendo en mis sueños.  La abundancia es quererse a uno mismo, poder contemplar lo hermoso que nos rodea. No creo que la abundancia tenga que ver con el dinero.