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 Noviembre, Buenos Aires. Bajo la sombra de un tipuana, duerme y ya no despierta. Por la plaza pasan almas carne, sudor y lágrimas. Pero duerme y ya no despierta.
 Del desastre algo tiene que salir. Nos agrupamos, tejemos redes. No importa si lloramos lágrimas de sangre. No importa cuántos muertos queden atrás. Hasta el último minuto lucharemos. Perseguidos, condenados, pero peleando. Con la certeza de tener al lado a quien nos ama. Sosteniéndonos las manos mientras nuestro corazón siga impulsando sangre y calor. Hasta dejar de existir, hasta pasar a la insignificancia infinita. El camino que andamos, cuántas penas, otras alegrías, lo que nos toca. Con la esperanza puesta en que la organización vence al tiempo.
La tristeza la conozco, ya no le rindo culto. Pongo el hombro y escucho, también sé cuando cerrar la puerta. No soy cruel, la vida lo es.

Fragmentos.

Lo que no se dice, duele. Lo que nunca se va a poder decir, además, arde.  Quema, como el frío más hostil. No quiere, ni deja querer, porque sangra.  Aunque me disperse, y la rueda de la fortuna gire, -Su naturaleza es cambiar, como la del tiempo es pasar- saberme afortunado, si lo creo, si mis ojos ven el pedazo de cielo que tengo enfrente, la magia y el hogar.  
Me asquea la gente que toma el papel de víctima. No es algo que quiera para mí, ni para los que quiero. Esa actitud sólo trae pesadumbre y rencor. Si dentro del gran abanico de posibilidades elegís la pena y la mentira tu respiración puede ser desperdicio de aire.

Vorágine, calvario.

 Si caigo en el desgano estoy perdido. Uno no puede más que cansarse si ve las cosas estáticas. Me cansaría de mí mismo si no estuviera en mutación, en movimiento. La muerte está cada vez más cerca. Esa es una máxima incuestionable temporalmente. Lo que se va no vuelve y las cosas no se repiten tal como fueron. Tanto padecimiento (ajeno y propio), uno tampoco puede vendarse los ojos. Pero ¿de qué se trata todo esto? ¿De cuidar a la familia? ¿De amar al de al lado? Ridículo sería esperar una certeza más que la emoción. Hay que mirar más allá. Sí, más allá. El sol que abrasa... que consume. Arena y polvo. Ansiedad y gritos mudos. Abrasado de odio. Luego se me pasa y río. Abrasado de alegría, agradecimiento y consuelo.
Que mis pensamientos no me quiten la calma. Saber que mi respiración es guía. Mi cuerpo, mi lugar. Mi casa, paz.  Mis amigos, la compañía.